lunes, 25 de junio de 2012

Impotencia.

HOLA HOLAAAAAAA!!!!
¿Qué tal todos? Por fin de vacacionesssssss!!! bueno, la verdad es que llevo de vacaciones desde el martes pasado, pero me lo he tomado con calma :) Este verano no se presenta mal del todo, y espero sacar tiempo para seguir escribiendo mi libro y poder traer cosas nuevas. ¿Vosotros tenéis algún plan? De momento aquí os dejo con el principio de un relato que empecé a escribir hace unos meses, y que no sé si terminaré.



De repente despierto. Me da la sensación de que llevo dormida mucho tiempo, aunque no lo sé. Mantengo los ojos cerrados. Puedo percibir mi respiración en el ambiente, que en ese momento es algo entrecortada. Abro los ojos ante el tacto de un dedo presionándome la piel del brazo. Pero aunque los haya abierto, no veo nada. Los cierro otra vez. No he percibido ninguna luz, pero algo me ha cegado y no he podido ver nada. Los vuelvo abrir esperándome encontrar la cara de mi madre delante de mí, pero nada, solo oscuridad. Pruebo otras tres veces, pero cada vez se repite, y me empiezo a poner más nerviosa. Noto a alguien que me abraza, y poco después, al verme algo desconcertada, me pregunta que qué me pasa. Es mi madre. Le contesto que no veo nada, y ella llama al médico. Lo último que recuerdo fue oír que el daño era irreversible, que mi cerebro se había dañado, y que me había quedado invidente. Me enfadé al recordar esa palabra. Yo siempre había dicho ciega. Me había quedado ciega.  


martes, 5 de junio de 2012

Mechero sin gas.


Pues sí, ya era hora de dar señales de vida. Como imagináis, ando muy liada con exámenes y todas esas cosas, aunque ya queda poquito!!! Os dejo con un texto que escribió una amiga mía. Tiene una manera peculiar de escribir, espero que os guste :)


No podíamos uno sin el otro. La temperatura de su cuerpo oscilaba entre los 39 y los 40 grados según mi medición de beso en su pecho; quizás la mía no llegaba a los 35 teniendo en cuenta mis labios amoratados, y el sonido de los dientes chocando. Yo hacía disminuir su fiebre, y él, mi acojonante frío aquella tarde de diciembre. Cuando llegaba la noche, él subía las persianas para no perderse ni un derrape en mis curvas, y cuando los primeros rayos de sol salían, yo las bajaba y me metía entre sus sábanas, y entre sus piernas. Parecía oirme pensar. A veces necesitaba solo silencio y sus dedos acariciendo mi espalda. Otras, en cambio, que me dijera algo fuera de lo convencional, distinto a todo lo que sonase a te quiero. Y siempre lo hacía. Dejamos de complementarnos cuando empezamos a sentir miedo.Él a una lipotimia y yo a un golpe de calor, a la claridad de noche y la oscuridad de día, al silencio, a correr, a frases hechas para otros, no para nosotros. Y terminó. Lo nuestro y lo mío. Lo nuestro y lo suyo. Mechero sin gas.