Mi libro

Estoy intentando escribir un libro. La idea me vino hace mucho tiempo, y poco a poco voy escribiendo cosas, aunque lo he dejado un poco abandonado últimamente porque no tengo tiempo para escribir. Tengo algunos fragmentos sueltos escritos, y unas 10 páginas al principio (me he quedado bloqueada ). La verdad esque tengo muchas más ideas, y por eso algunas de ellas están en fragmentos sueltos. Iré colgando poco a poco, y si os gusta, colgaré más. AA por cierto! seguramente habrá errores de puntuación y cosas que suenen raras, porque muchas veces escribo y luego no lo reviso. Pero bueno, si es así, lo siento!

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Siempre pensé que los sueños, jamás se podían hacer realidad, que nunca podría hacer que lo que más quería volviese a este mundo al que llamaba nuestro, y al que en un presente sólo yo pertenezco a él. Lo veía, pero estaba dormida, me resultaba intangible y lejano. Sé que nunca llegaré a ser perfecta, y me gustaría que él apreciara como era, y que supiera que nunca podría llegar a ser como él quería. Siempre pensaré que los momentos vividos a su lado jamás serán los suficientes. Nunca olvidaré todo lo vivido. Nunca.



  • Tranquilo papá, estaré bien.- le dije intentando tranquilizarle.
  • Lo siento Alex. Sabes que me preocupo demasiado, pero es inevitable para mí. Te quiero.

Sentí millones de emociones albergando en mi estómago al escuchar esas dos palabras, que aunque no era consciente de ello, no las volvería oír nunca más. De repente me desperté, y me percaté de que estaba en un avión, con un rumbo que desconocía, pero medité durante unos segundos y me acordé. Aquél había sido el peor día de mi vida, y siempre lo sería. No creía posible que a una sola persona el mundo le pudiera arrebatar tantas cosas en un solo día: el padre, la madrastra, y amigos desde hace siete años. Unas lágrimas empezaron a caer por mi rostro, derramándose primero por las mejillas, y muriendo en mi boca. Mi hermana me dio un abrazo, que de los miles que me había dado me pareció el más sincero.
  • No llores.-me dijo-.
Le dediqué una mirada luctuosa, y le di un beso en la mejilla. Tenía que ser fuerte, al fin y al cabo, era la mayor de las dos.
Me aferré a mis recuerdos, y en mi mente retumbaron las palabras de mi tía: “lo siento Alex, tus padres han tenido un accidente, no han sobrevivido”. En ese momento creí desfallecerme. 
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Ahora, nos dirigíamos a Australia, específicamente a Melbourne, a casi trece mil kilómetros de San Diego. Una parte de mí sabía que no iba a volver a ver a mis amigos nunca más, y que la semana después del trágico accidente había sido espantosa. Me consolaba saber que tenía unos buenos amigos que siempre estaban ahí para ayudarme, pero me desesperaba al pensar que me iba a separar de ellos, para siempre.
Decidí pensar en cómo sería la casa de mi madre, ya que me había dicho que se había mudado hacía un año. También me contó que iban a adoptar un gato persa, y eso me alegró; adoraba los animales. Vivía en una casa bastante acogedora, según las fotos que me había enviado por correo electrónico, y ahora con la compañía de Ben, supongo que mi padrastro. Por suerte la casa estaba cerca de la playa más conocida del lugar, y podría ir a hacer surf y despejarme siempre que tuviera algo de tiempo libre.
Nos informaron que estábamos apunto de aterrizar, por lo que me abroché el cinturón, según las instrucciones de la azafata, y le dije a Yara que cerrara los ojos. El intento resultó en vano, porque se mareó de todas formas.
La cogí de la mano, ya que no podía con ella, y tenía miedo de que se perdiera. ¿Qué iba a hacer una niña de cinco años en un aeropuerto? Decidí no pensarlo. Ya tenía bastante con la pérdida de dos personas. Al recordarlo, otra lágrima se derramó por mi rostro.

Esperamos las maletas, que se reducían a cuatro. En esas maletas llevábamos todas nuestras pertenencias. Lo demás no lo volveríamos a ver, porque la casa ya había sido vendida, y los nuevos dueños estarían llegando sobre esa misma hora a mi antigua casa.
Cuando por fin cogimos todas las maletas, salimos del aeropuerto, después de perdernos y salir por una puerta que no era. Solía ser bastante observadora y mirar por dónde iba, pero no tenía ganas de nada, y una gran pesadumbre se apoderaba de mí.
Lo primero que vi al cruzar por la puerta de salida fue el inconfundible rostro de mi madre, que estaba eufórica de vernos. Sentí que sus palabras iban acompañadas de tristeza, y que una gran melancolía invadía su corazón cuando hablaba de mi padre. Nunca había comprendido porque se separaron, ellos se querían. Pero cada uno siguió su vida, y acabaron siendo amigos. Después de dedicarnos algunos cumplidos, fuimos hasta el coche.
Estaba muy cansada, y casi no tenía fuerzas para andar, y mis pies iban arrastrando por el suelo. Entramos en el moderno mercedes de Ben, que según sabía, se había comprado hacía poco. Yara se durmió poco después de montarnos en el coche. Me puse a su lado para que apoyara su cabeza sobre mi hombro, y casi sin darme cuenta, yo también la acompañé en su sueño.
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Otra vez me volvía a invadir el mismo sueño de siempre. Hablaba con el chico más perfecto del mundo. Siempre soñaba lo mismo. Estábamos en un barco, con la luna llena brillando firme y alta en el cielo, reflejándose en el agua casi cristalina, a pesar de la oscuridad producida por la noche, y él se acercaba a mí y me decía: siempre te querré. Yo repetía: estaremos juntos, para siempre jamás. Justo ahí acababa mi sueño, y siempre que se repetía era así. Nunca había logrado ver de alguna forma el final, ni siquiera de una manera inverosímil. Sabía que eso nunca ocurriría. ¿Qué chico tan perfecto podría enamorarse de mí? Definitivamente, ese sueño no se cumpliría nunca.
Poco después de despertarme oí la voz de mi madre, que me iba nombrando algunos lugares que recordaba de cuando veraneaba allí, pero había muchos otros sitios nuevos, que no reconocía, y resultó inútil que me dijera el nombre, porque lo olvidé segundos después.
Comprobé que había algunos centros comerciales cerca de mi nueva casa, y un supermercado al que yendo a pie se tardaban aproximadamente quince minutos.
El paseo marítimo estaba lleno de tiendas, restaurantes y sobre todo cafeterías con acogedoras terrazas que ya tendría tiempo de conocer.
Cuando Ben aparcó, deduje que por fin habíamos llegado. En ese momento lo único que me apetecía era tumbarme en cualquier lado y volverme a dormir.
Saqué las maletas del maletero, y las dejé en la puerta, al escuchar la voz de mi madre que decía que luego las meteríamos. 
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La casa era más grande de lo que pensaba. La primera impresión fue magnifica, era incluso mejor que en fotografías. El tejado era negro, y los ladrillos que formaban la estructura de la casa estaban pintados con un blanco impecable. Toda la casa estaba vallada. Unas escaleras accedían a una especie de porche, repleto de flores por todas las esquinas. También había una mesa redonda, rodeada por unas cuantas sillas, y lo que más me llamó la atención, un banco que se balanceaba. Llevaba tiempo diciéndole a mi padre que pusiera uno en el jardín, pero me ignoraba. Miré a todos los lados antes de entrar. Dos grandes árboles sostenían una hamaca que, probablemente, ya tendría tiempo de probar.
Ben abrió la puerta, y pude ver la cocina, el salón y unas escaleras de caracol que conducían a los dormitorios y a los baños, según las fotos que había visto.
  • Alex te dejaré que encuentres tu nuevo cuarto, espero que te guste. Nos costó decidir los muebles, pero en mi opinión es perfecta para ti.
  • Gracias mamá. No hacía falta que te molestaras tanto. Sabes que me conformo con cualquier cosa.
Al subir me encontré con un largo pasillo. Lo fui recorriendo y comprobé que había cuatro habitaciones, dos a cada lado. En el lado derecho había un baño y el dormitorio de Ben y mi madre. En el izquierdo estaban la habitación de mi hermana y la mía. Al ir hacia la mía, situada al fondo del todo, pude ver que la de Yara tenía las paredes rosas, y había cuadros colgados por todas partes de sus princesas preferidas. Había un baúl con un montón de muñecas guardadas.
Al entrar en la mía, lo primero que hice fue frotarme los ojos. Era increíble. Había un gran balcón, con una mesa y una silla de estilo rústico desde la cual se veía la playa. Algunos bañistas hacían castillos de arena y otros tomaban el sol. Había algunas estanterías llenas de libros y discos, y una mini-cadena acompañada de dos altavoces colgados en el techo. Mi cama me encantaba. Era enorme y unas cortinas la tapaban. Siempre había deseado tener una cama con dosel. Un gran ropero se situaba a la derecha del balcón, y al lado, un espejo. Al abrir el armario pude divisar que mi madre se había tomado la molestia de comprarme ropa. También había un tocador, lleno de colonias y miles de productos de belleza, que seguro que nunca usaría. En el escritorio había un portátil, el que le había dicho a mi madre que tanto quería. Una puerta conducía a un baño, un baño para mí sola. Me pellizqué de nuevo, y definitivamente comprobé que no estaba soñando. Me tumbé en la cama, y poco después me dormí. Estaba demasiado cansada para enfrentarme al mundo.
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El alto sonido del timbre me despertó, y baje volando escaleras abajo después de comprobar que mis maletas estaban al lado del ropero. Había dormido mucho tiempo. Mi madre abrió la puerta y pude distinguir a una chica que tenía más o menos mi edad.
  • Alex, esta es Mara. Es nuestra vecina y he pensado que podríais ir juntas al instituto ya que tú no lo conoces muy bien.
  • Empieza este lunes, si quieres te puedo acompañar. –dijo sin quitar una enorme y deslumbrante sonrisa de su boca-. Se tardan quince minutos andando. Me pasare por aquí a las ocho y cuarto si te parece bien.
  • De acuerdo.-conteste algo apagada.

Mi madre la invitó a pasar dentro y ella acepto encantada. Se sentó en un sofá de color bermellón que había en el salón y empezó a juguetear con su melena rubia.

  • ¿Alexandra verdad?- me pregunto- ¿O prefieres Alex?
  • Alex esta bien.
  • Vale, lo recordare. ¿Conoces esta zona?
  • Bueno mi madre se mudo hace poco, pero la otra casa estaba aquí cerca, y conozco algunos lugares. ¿Y cómo conoces a mi madre?
  • Bueno, mi madre suele visitar a los nuevos vecinos, y un día vino y se hicieron amigas. Ayer le dijo a mi madre que ibas a venir y me comentó que ibas a empezar el mismo curso que yo, y se me ocurrió pasar para saludar.
Hablaba con gran fluidez, y sus palabras poseían una gran amabilidad. Me alegraba conocer a alguien antes de empezar el instituto, porque de lo contrario, me hubiera sentido perdida.
Mi madre apareció por la puerta del salón con algunos refrescos.
  • Mara(,) creo que sería buena idea que sacaras a Alex de casa si tienes tiempo.
  • Por supuesto, iremos a dar una vuelta por la playa.
Tenía la certeza de que era imposible decir que no, ya que habían decidido por mí, así que esbocé una falsa sonrisa.
Enseguida llegamos a la playa. Mara me cayó muy bien, y recordé que no debía juzgar a alguien antes de conocerlo.
Nos sentamos en un bordillo, cubierto con placas de madera. Me preguntó millones de cosas y, al contrario que con otras personas, podía ser yo misma.
Un recuerdo lacerante envolvió mi mente cuando habló de su padre.
  • Mi padre se marchó antes de que yo naciera, o eso es lo que me ha contado mi madre, pero después conoció a Robert, y ahora es más feliz que nunca.
  • Me alegro mucho, sé lo que se pasa al no tener padre.
Al pronunciar la última palabra, sonó un poco entrecortada. Mara extendió su brazo hasta mi hombro y apoyó su cabeza en mi otro hombro como gesto de consuelo. Mi madre la habría informado de todo lo sucedido la semana pasada.
  • Creo que deberíamos irnos.- dijo entonces -.
  • Sí, es muy tarde. Aquí el tiempo se pasa volando.
  • Supongo que extrañarás San Diego, pero cuando te acostumbres a Melbourne descubrirás que es fantástico vivir aquí. Hay muchas cosas que hacer.
  • Ya tendremos tiempo. Ahora, marchémonos.
Llegué a mi casa y la cena se estaba haciendo, ya que percibí un olor que me resultaba familiar. ¿ Sería pescado?
  • Alex, la cena estará en cinco minutos.
  • Mamá, hoy no me apetece cenar.
  • De acuerdo, ¿vas a dormir tan temprano?
  • Sí, estoy cansada, y mañana quiero ir a comprar los libros para el instituto, Mara me va a acompañar.
  • ¿Te ha caído bien?
  • Sí, es muy agradable estar con ella. Hasta mañana mamá- me despedí -.
  • Hasta mañana.
Por fin me deshice de ella y subí las largas escaleras de caracol, y recorrí el pasillo hasta llegar a mi habitación.
Después de ponerme el pijama, cerré las cortinas de la cama para asegurarme una mayor oscuridad, y me tumbé en la cama.
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Un rayo de sol penetró por una rendija de mi cortina, por un lado en que estaba abierta.
Al instante recordé que era domingo, y que había quedado con Mara para ir a comprar los libros que ella ya tenía desde hacía tiempo.
Me recogí mi larga melena. Me había crecido muchísimo, ya me llegaba casi hasta la cintura, mi madre tenía razón. Me lave la cara y me vestí con los primeros pantalones y la primera camiseta que tenía a mano.
Bajé las escaleras y calenté un vaso de leche en el microondas.
Mi madre bajo poco después de que cogiera el paquete de galletas.
  • Buenos días Alex. ¿Tan pronto estas despierta?-pregunto extrañada-.
  • Mama, sabes que soy muy madrugadora, además en media hora he quedado con Mara. ¿ Te acuerdas? Íbamos a comprar los libros para el instituto.
  • De acuerdo. ¿Llegarás para comer?
  • Supongo, ya te llamaré. Por cierto, me encanta mi cuarto
  • Me alegro. No sabia si te iba a convencer del todo, pero de verdad que me alegro muchísimo.
Terminé de desayunar y me senté a ver la tele unos escasos cinco minutos, ya que Mara llamó enseguida al timbre. Me levanté del sofá y fui a abrir la puerta.
  • Hola Alex. ¿Estás lista?
  • Sí, desde hace bastante tiempo.
Le di un beso en la mejilla a mi madre y salimos hasta llegar a una larga y ancha calle. Tenía muchos sitios que conocer, y me tendría que acostumbrar a ese clima cambiante, tan pronto hacia viento como hacia sol.
  • ¿Qué tal es el instituto? –pregunté para sacar algún tema de conversación.
  • Está bastante bien. Algunos profesores aburren mucho, pero otros son geniales. La profesora de música es la que mejor me cae. Nos pasamos casi toda la hora cantando canciones actuales. Me lo paso genial.
  • Espero que nos pongan en las mismas clases, o que coincidamos en algunas.
  • ¿Ya sabes cual es tu horario?
  • Mi madre me lo dio ayer, espero que no se ponga tan nerviosa como siempre. En mi primer día de instituto en San Diego me llamaba cinco minutos después de que llegara a casa para preguntarme que qué tal me había ido. Me gusta que se preocupe, pero a veces me agobia demasiado.

Mara se rió al ver que expresión se dibujaba en mi cara.

  • Mi madre es igual.-dijo poniendo los ojos en blanco-. Bueno, ya hemos llegado, aquí es.

Entramos en una librería no muy grande que olía a incienso. Busqué los libros que necesitaba: álgebra, literatura, psicología...
  • Creo que ya están todos- dije-. Si quieres podemos quedarnos un rato en la playa, todavía no es hora de comer.
  • Estupendo. Me pasaría horas y horas en la playa si pudiera, me encanta tomar el sol.
  • ¿Te gusta el surf?- pregunte ansiosa por conocer la respuesta. Sería genial que algún día me acompañara.
  • No mucho la verdad, pero conozco a gente en el instituto que le encanta. ¿Eres buena?
Supongo que dedujo que a mí si me gustaba, en realidad era bastante obvio.
  • Bueno, no soy mala, pero tampoco una estrella.
  • Se organizan campeonatos de vez en cuando, si no eres mala podrías ganar, he ido un par de años a verlos y la gente que se presenta no te deja boquiabierto que se diga, porque aunque yo no tenga mucha idea, sé reconocer quien sabe surfear mínimamente bien.
  • Ya me lo pensaré. Tendré que acostumbrarme a las olas, creo que aquí hay menos que en San Diego.
  • Depende del día, aquí el tiempo es muy cambiante, a mí me costo habituarme. Además, las previsiones del tiempo casi nunca son exactas, así que no te fíes demasiado.
  • Lo recordare.- dije soltando una carcajada-.

Antes de lo que pude esperar, estábamos sentadas en el mismo bordillo del día anterior. Desde allí se veía perfectamente la playa y muchas de las personas que había. Seguimos conociéndonos, y aunque algunas eran preguntas estúpidas, nos servían para reírnos. En estos últimos días no había tenido esa libertad, había estado encerrada en mi propio mundo, y ahora me sentía bien, una sensación que una semana atrás no me acompañaba.

  • Creo que sería mejor que nos marcháramos ya –su cara confería bastante pena-, se ha hecho muy tarde.
  • Claro, mi madre se empezara a preocupar porque no la he llamado.
  • Madres... –de nuevo puso los ojos en blanco, una expresión a la que me acostumbraría rápido, ya que solía hacer ese gesto.

Al volver a casa me estuvo contando como se sintió ella en su primer día de instituto aquí, y me tranquilizo saber que casi todo el mundo era muy agradable.
  • Hasta mañana.
  • Recuerda a las ocho y cinco en tu puerta.
  • Tranquila, no lo olvidare. ¿Me presentaras el instituto?
  • Todo lo que me de tiempo, pero luego tendrás que encontrar tu sola la clase, yo no doy psicología.
  • Bueno así tendré una excusa para preguntar a alguien.
  • Sí, te vendrá muy bien conocer gente, cuando tomes confianza todo te resultara mucho más agradable.
  • Hasta mañana.- repetí, si seguíamos hablando no acabaríamos.-

Subí los dos peldaños que llegaban a la entrada y abrí la puerta. Me dirigí a la cocina, y como mi madre me empezaría a echar la charla si no cenaba, opte por cenar aunque no tenía hambre.
Después de saludar a mi madre y de asegurarla que tenía todos los libros, que hasta ahora no me había dado cuenta de lo que pesaban, me senté en el sofá al lado de mi hermana, que estaba viendo por vigésima vez Toy Story.
Oí la grave voz de Ben procedente de la cocina, llamándome para ir a poner la mesa, y le dije a Yara que estuviera en cinco minutos, aunque dudaba que supiera calcularlos.
La cena se me hizo corta. Mi madre me recordó por lo menos tres veces que me acordara de poner el despertador. Cuando estaba sacando el frutero de la nevera, me llamo y me dijo:
  • Alex, dentro de una semana iremos a ver el gato.
  • ¿En serio?-dije sorprendida.
  • Si, será mejor que vengas, te dejaremos elegir.
  • Muchas gracias mama.
Seguimos hablando, aunque yo no tome parte en la conversación, ya que estaba pensando como seria mi nuevo gato.

Después de cenar, subí a mi habitación, y decidí acostarme pronto, para cerciorarme de que mañana no tendría ojeras.
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Aquí va un cachito suelto de lo que creo que será un capitulo, porque me gustaría hacer capítulos pero aún no lo he decidido. Si prefieres que no te desvele cosas tan pronto, no lo leas. Iré poco a poco colgando todo lo que tengo del principio, pero llega un punto en el que son cosas sueltas. Por favor comentad, me gustaría saber que estoy escribiendo para alguien! Saludos!



Notas, notas fluyendo en el aire, y palabras, muchas palabras. Conseguí distinguir algunas, y después una frase entera: “Lo siento, no puedo ser perfecto”. Al ser consciente de lo que estaba oyendo, abrí los ojos, y salí de la cama, intentando averiguar de donde procedía el sonido indistinguible de mi canción preferida. Alguien la estaba cantando acompañada por una guitarra. Agudicé mi oído, y descubrí que el sonido procedía de fuera. Sombra estaba apoyando una pata encima de mi pierna, así que cariñosamente se la aparté. Instintivamente, me asomé al balcón, y entonces le vi. Se le veía muy guapo bajo la tenue luz de la farola, y estaba sonriente, mirándome, tocando esa canción única y exclusivamente para mí, para que le perdonara, aunque en realidad no había tenido la culpa de nada. Sin duda, no me lo merecía, y no sería fácil perdonar mi gran error, perdonarme a mí misma por haberme comportado así. Era demasiado bueno para ser real. Le había decepcionado, y eso jamás me lo podría perdonar. Cuando terminó la canción, yo seguía absorta, absorta en esa voz, en ese chico de ojos azules que me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Dejó de mirarme, e inesperadamente, empezó a trepar , y en menos de lo que me esperaba, allí estaba a mi lado. Yo seguía mirándola como una tonta, hasta que al final conseguí articular las palabras más adecuadas.
  • ¿Me perdonas?- pregunté arrepentida.
  • ¿Por qué?- al mismo tiempo que preguntaba esto, algo de lo que estaba segura que conocía la respuesta, arrugó los labios como intentando adivinar que era lo que había hecho.
  • Pues no sé…-dije burlona-quizá porque te haya llamado mentiroso, me haya enfadado contigo y haya dudado de ti.
  • No hay nada que perdonar. Dana se suele entrometer en asuntos que no la convienen.
  • Me lo tomaré como un sí-espeté sonriente-. Jackson me cogió de la cintura con una sonrisa torcida y me besó en la comisura de los labios.
Miré la luna, redonda y alta, y después le miré a él.
  • No sabes lo que me ha gustado la canción. –le espeté al oído.
  • Me alegro. –dijo complacido.
  • Pero, ¿sabes lo que más me ha gustado de todo? –me hice la misteriosa.
  • ¿Qué? –inquirió curioso.
  • Tú. –respondí mientras me sumía de nuevo en un beso, en un beso que esta vez era robado.
Después de un rato, para mí demasiado corto, entramos en mi habitación. Miré el reloj. Ya eran las nueve y media. Había dormido mucho. Cuando los dos estábamos sentados en la cama, Jack dijo:
  • Me voy a convertir en todo un experto en escalar balcones.
  • Algo de provecho tiene, ya te queda menos por aprender para ser ladrón.
Los dos nos reímos, y después fue él el que me robó un beso, pero algo lo interrumpió, haciéndolo incompleto, y dejándome con ganas de más. Oí como se abría la cerradura, y como la llave daba la primera vuelta.
  • Mierda. –musité-. Mis padres.
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Otro cachito :)

Él sabía que tenía que darme mi espacio para conseguir que me aclarara, y yo sabía que luchaba consigo mismo por comportarse como antes conmigo, y eso lo apreciaba. Pero quizá ya era hora de ser valiente y seguir mis impulsos en vez de mi corazón. Quizá era hora de ser un poco egoísta y no pensar en el daño que le iba a hacer a Will, o a Dana, aunque no me cayera bien. Quizá ya era hora de pensar en mi propia felicidad antes que en la de los demás.
Sabía que Jackson estaba ensayando en el aula de música, así que fui a verle para hablar con él.
Como me gustaba su grupo, me quedé dentro viéndolos tocar. Me sentía feliz en ese momento. Ya había decidido lo que le iba a decir a Jackson, y eso era un alivio. Su sonrisa y su mirada, además, hacían que cada vez estuviera más contenta por mi elección, y me ayudaba a olvidarme de Will. Después de una media hora, terminaron de ensayar, y cuando todos se fueron, Jackson se acercó a mí, cogió una silla, y se sentó en frente mía, con el respaldo de la silla al revés y apoyando los brazos en él.
  • Hola-dijo cariñosamente.
  • Hola-contesté sonriente.
  • ¿Te ha pasado algo bueno? No paras de sonreír. Me gusta-añadió al final.
  • Quería hablarte sobre algo-comencé, ignorando su pregunta.
  • Dime.
  • He pensado lo nuestro- justo en ese momento, me dí cuenta que no tenía pensado lo que le quería decir, pero en realidad no era necesario, tenía que decir lo que sintiese, y ya lo tenía claro-. Me gustaría intentarlo, pero con calma, sobre todo por Will, es mi amigo y no quiero hacerle daño.
Con una sonrisa me lo dijo todo, y cuando fue a darme un beso, aparté un poco mi cara, y en vez de alcanzar mis labios, me dio un beso en la mejilla.
  • He dicho con calma- dije en tono burlón, no como un reproche.

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